Provienen de ámbitos muy distintos, hablan cada cual su lenguaje, uno el de la ciencia, el otro el de los negocios, pero el fructífero diálogo que entablaron en los últimos dos años está gestando una pequeña revolución en el mundo de la agricultura, y derivó en un hito: el primer convenio de licencia para la transferencia de tecnología que suscribe la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA en un siglo y medio de historia.Walter Farina, doctor en biología e investigador superior del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIBYNE, UBA-CONICET), lleva más de una década investigando el impacto de los insectos sociales sobre los ecosistemas agrícolas y, en particular, lo que llama la ecología cognitiva de la abeja doméstica, es decir, cómo adquieren los miembros de una colonia la información que organiza la recolección grupal de recursos, y qué mecanismos sensoriales están involucrados en la memoria social que sostiene esa tarea.Matías Viel, el joven emprendedor que ahora es su socio, llegó hasta las abejas por otra vía, buscando proyectos de investigación científica que tuvieran el potencial de convertirse en empresas de alto impacto tecnológico. Detectó, primero, la importancia de los servicios de polinización con abejas en cultivos agrícolas, y vio que allí había un vacío: los productores, sobre todo en los Estados Unidos, gastan mucho dinero en contratarlos, pero no logran medir -y mucho menos optimizar- los beneficios de hacerlo. Y ya convertido en CEO de la startup Beeflow, Viel conoció a Farina.El hallazgo de Farina y su equipo es poco menos que sorprendente: la memoria olfativa de las abejas puede manipularse, para dirigirlas a polinizar un determinado cultivo, mejorando notablemente sus rindes. «Lo que vimos –detalla Farina, profesor titular del Departamento de Biodiversidad y Biología Experimental de Exactas UBA e investigador del CONICET– es que las abejas pueden aprender olores florales dentro de la colmena, aun sin ir a las flores, recibiendo alimento con el perfume de la flor. Eso les genera una memoria, aunque no sepan dónde está la flor, que usan cuando salen a volar. Observamos que esas memorias que se aprenden en el contexto social de la colmena sesgan la preferencia recolectora de polen de las abejas.»Ya en los años 40, Karl von Frisch, ganador del Nobel por sus aportes al estudio del comportamiento de las abejas, había mencionado la posibilidad de entrenarlas para mejorar la producción de cultivos. Introdujo flores dentro de las colmenas, sin resultados verificables. “El nudo de nuestra investigación eran los mecanismos sociales que usan las abejas para comunicarse y propagar información útil para aumentar la sobrevida de la colmena. De ese contexto surge que las abejas aprenden olores florales dentro de la colmena y los propagan rápidamente a toda la población como si fuera una red social, como Facebook, y la memoria que se adquiere dentro de la colmena es muy persistente, más de diez días, muchísimo para la vida de una abeja. Entonces, nos planteamos otra estrategia: elegir un cultivo con el que pudiéramos intervenir desde diversos planos: describir su perfume floral, ver cómo trabajan las abejas en ese cultivo y reproducir una fragancia sintética de esa flor, lo más simple posible, que para la abeja fuera prácticamente lo mismo», relata Farina.En 2008 obtuvieron un primer formulado de girasol, un perfume simplificado que para las abejas era igual que la fragancia de la inflorescencia del girasol, y lo pusieron junto al alimento dentro de la colmena. «Si la abeja volaba frente al cultivo, lo esperable era que buscara esas flores para posarse. Y eso fue lo que pasó. Por la preferencia de las abejas, el rinde de los cultivos aumentaba hasta más del 50 por ciento. La abeja demora menos en buscar el cultivo, no duda, lo prefiere por sobre la flora nativa que pudiera haber en el entorno, y tiene, por lo tanto, una mayor eficiencia recolectora».Con aquellos primeros resultados, se inició el primer trámite de una patente para el formulado sintético de girasol. Y más tarde, mediante un nuevo subsidio público-privado del programa Empretecno, gestionado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, se agregaron otros formulados –de manzana, de pera, de almendro– y nuevas solicitudes de patente que involucraban a la UBA y al CONICET.El camino de Viel hacia la colmena, dijimos, fue otro. A través de Grid Exponential, una incubadora de startups de base tecnológica, tomó contactó con dos biólogos del CONICET, Pedro Negri, del Laboratorio de Artrópodos de la Universidad Nacional de Mar del Plata, que había hecho su doctorado estudiando el sistema inmunológico de las abejas, y Agustín Sáez, de la Universidad del Comahue, que investigaba sobre polinización de cultivos. Así nació Beeflow.«La demanda de alimentos se incrementa a medida que la población crece, se espera que aumente un 70% para el año 2050. Y la agricultura tradicional, se sabe, no va a dar abasto, necesita reinventarse, buscar soluciones que sean más eficientes pero amigables con el medio ambiente, y ahí entran las abejas y la polinización, un área donde no ha habido mucha innovación en el último medio siglo, sin una relación muy fluida entre productores agrícolas y apicultores. Las abejas polinizan el 70% de los cultivos de todo el mundo», dice Matías Viel, recién llegado de California, donde reside desde hace dos años y donde Beeflow viene reuniendo fondos millonarios de inversionistas interesados en la profesionalización de los servicios de polinización.
En esa carrera innovadora, el salto de calidad se produjo cuando Viel conoció el trabajo de Farina, a quien llama –ahora que posan juntos para la foto en el Campo Experimental de Ciudad Universitaria– “un pionero en este tipo de investigaciones”. “No existe ningún otro desarrollo como éste –reafirma el biólogo–, que supone vincular el aprendizaje social previo al sesgo de la conducta individual y, en definitiva, a la recolección colectiva de una sociedad”. Y las pruebas en el terreno le están dando la razón: los cultivos polinizados por estas abejas memoriosas aumentan notablemente los rindes.
El correlato productivo de esta sociedad se llama Tobee, nombre de fantasía con el que Walter Farina ya había bautizado a sus primeros formulados, y que ahora es una empresa, con la que la UBA -a través de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales- y el CONICET firmaron un Convenio de Licencia de Tecnología, por el cual podrá utilizar comercialmente los formulados desarrollados por Farina y su equipo. Tobee es, en definitiva, una startup en manos de Farina y de Beeflow, que indirectamente explota, en tanto firma controlante, la tecnología que aporta Tobee.
Ahora bien, como se trata de conocimiento desarrollado por docentes, investigadores y becarios de la UBA y el CONICET en instalaciones de Exactas, las instituciones se reservan el derecho de usar la tecnología con fines académicos y de investigación y, además, Tobee abonará regalías sobre sus ingresos netos a la UBA y al CONICET.
Para Farina, el acuerdo tiene dos puntos clave: por un lado, la gratificación de ver la ciencia básica convertida en transferencia de conocimiento, con un impacto concreto sobre la actividad productiva; por el otro, la tranquilidad de poder seguir investigando. «El camino que nosotros iniciamos hace más de diez años tenía como único objetivo generar conocimiento básico. No fue buscado para desarrollar una empresa, pero, en definitiva, entendimos que tenía un valor que iba más allá en términos productivos. Ahora seguiremos desarrollando formulados para otros cultivos, algunos menos amigables para la abeja, más complicados, como el kiwi o el arándano, que presentan dificultades para los polinizadores. El arándano, por ejemplo, tiene florcitas muy chiquititas, con una apertura muy pequeña, lo que limita la captación del recurso, o sea, la abeja tiene que extender su lengüita y puede ocurrir que no llegue al néctar y no polinice eficazmente».
FUENTE: Pablo Taranto para NexCiencia